miércoles, 2 de enero de 2013

ABUNDANTE FAUNA EN UN CRÁTER VOLCÁNICO

DESDE nuestro alojamiento al borde del cráter volcánico Ngorongoro de Tanzania, a 2.316 metros sobre el nivel del mar, echamos una mirada. Nuestra visión terminó abruptamente en un muro de neblina. Nuestra desilusión al pensar en haber viajado a este extraordinario cráter para afrontar una neblina pronto fue disipada por nuestro guía, José. Nos aseguró que la escena sería diferente cuando ‘bajáramos.’
‘Bajar’ era la manera en que José describía un descenso de 600 metros hasta el piso del cráter volcánico. Al descender en un Land-Rover, un vehículo con tracción en las cuatro ruedas, se despejó el manto de neblina. El cráter bañado de sol yacía como un enorme tazón con un diámetro que va de dieciséis a diecinueve kilómetros. Ahora estábamos en medio de hatos de juguetonas zebras y traviesos gnus. “Un pequeño hato de unos 400 gnus,” explicó José. Aunque esto era una maravilla a nuestros ojos, realmente solo era una representación pequeña de las 10.000 cabezas de gnus que se calcula que abundan en el piso del cráter.
Pastando con las zebras y los gnus en números casi igualmente vastos estaban las gacelas de Thomson y de Grant. Las ‘tomasitas,’ como se les llama cariñosamente a las primeras, son aproximadamente del tamaño de una cabra. Tienen rayas laterales fuertemente señaladas en negro, con colas que nunca parecen quedarse quietas. Ambas clases de gacelas suministran la mayor parte del régimen de carne de animales carnívoros como el león, el leopardo y el guepardo, así como la hiena, el chacal y el perro salvaje. Pero al observarlas en tal profusión, uno no concibe la idea de que vivan en constante temor de los animales carnívoros. De hecho, pronto observamos a una leona que atentamente seleccionaba su siguiente comida de entre un hato cercano de gacelas. Las ‘tomasitas’ se habían dado cuenta de la presencia de ella, nos dijo José, pues esto podía verse de su extraordinaria vigilancia al pastar. Sin embargo no había señal de pánico entre ellas.

Nuestra visita a este cráter de fauna dio a nuestro hijo de catorce años de edad un nuevo punto de vista de ese animal escurridizo, la hiena. Al viajar por el piso del cráter nos topamos con varias familias de hienas, y tenían unos cachorritos que daban muchas ganas de acariciarlos. No estaban arrastrando huesos y pedacitos de animales muertos, sino que solo estaban asoleándose en pequeños grupos de familia.

Hipopótamos, búfalos, leones, elefantes

Descendimos hacia el lago Makat, un lago que había sido adoptado como el nuevo hogar de un hato de quince hipopótamos. Cuando se acercan los extraños, los hipopótamos parecen sentirse más cómodos en el agua. Pudimos observar las travesuras de un nuevo miembro del hato que solo tenía unos cuantos meses de edad.
Todavía puedo sentir la mirada acerada del búfalo cuando pienso en nuestra visita a este cráter. Hatos grandes vagan por el piso del cráter, y un visitante se les puede acercar. La proximidad de nuestro Land-Rover atrajo su atención, y estuvimos conscientes de miradas aceradas mientras permanecieron aparentemente inmóviles hasta que nos marchamos. Con un peso de hasta 680 kilos, cada uno con cuernos voluminosos, verdaderamente tienen una apariencia formidable, dando la impresión de que no le temen a nada. Sin embargo, en cierta ocasión se informó que cuatro búfalos fueron muertos por leones. Por lo general cuando los leones son lo bastante osados para acercarse a un hato, los machos forman un cerco con las hembras y los hijuelos en el centro y alejan al rey de las fieras.
Nuestra visita al cráter no habría sido completa si no hubiésemos visto al rey de las fieras en su morada natural. No quedamos desilusionados. Vimos leones en abundancia, pero parecen ser el epítome de la pereza. Rara vez siquiera se voltean al acercarse un vehículo. Los leones del cráter son de la variedad de crin negra. Son lisos y bellamente acondicionados. Puesto que cazan en su mayor parte de noche y efectúan una matanza solo cada tercer día más o menos, el que solo visita de vez en cuando al cráter rara vez observa al león en acción.
Pronto nos acercamos al bosque Lerai, la guarida de más de doscientos elefantes. De muchas maneras el elefante macho africano parece merecer más el título de rey de las fieras que el león, a quien el fuerte elefante le tiene poco temor. Sin embargo, al observar a los elefantitos andar a trancos bajo el pesado cuerpo de la hembra, pudimos apreciar que los elefantitos no sobrevivirían por mucho tiempo si no fuera por la agresiva guardiana adulta.

Aves y gente

Las aves de este cráter no son menos espectaculares que sus mamíferos. De hecho, pocos lugares en el África Oriental despliegan tal diversidad y abundancia de aves. Alrededor del lago y en los pantanos el visitante se complace por la muestra de pelícanos, ibis, airones, garzas, cigüeñas, espátulas, avutardas, serpentarios, grullas crestadas y flamencos. Estábamos sumamente interesados en observar los flamencos, que cortésmente emprenden el vuelo con un despliegue flamígero de brillante plumaje color de rosa y blanco en respuesta a un aplauso.
Las criaturas silvestres no tienen para sí todo el sector, pues muchas familias de la tribu masai viven dentro y alrededor del cráter. Los masai son pastoriles, habiendo hecho del criar y cuidar su ganado todo su modo de vivir. Rara vez, si acaso, cazan los animales del cráter, salvo quizás para proteger a sus hatos de animales carnívoros.
Pero se ha sabido que jóvenes guerreros masai que quieren casarse impresionan a sus novias cazando leones solo con lanzas. En respuesta al comentario de mi esposa acerca de los peligros de vivir y criar ganado en una zona tan densamente poblada de leones, José dijo: “Los masai no temen a los leones; los leones temen a los masai y huyen al ver a los guerreros masai armados solo de lanzas.”
Un día en el cráter Ngorongoro de veras es una experiencia remuneradora, aunque solo sea para disfrutar del pasajero placer de estar cerca de alrededores pacíficos con estos magníficos especímenes animales de la creación de Jehová.

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